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domingo, 5 de outubro de 2014

Una noche de Buenos Aires...

Unidos y dominados
Las prácticas SM (antiguamente conocidas como “sadomaso” y ahora incluidas en la enigmática sigla BDSM) son tan propias del gusto heterosexual como de lesbianas, gays y trans. Esta democrática manera de encontrar placer ocupa uno de los lugares más bajos y denigrantes en la lista de intimidades sexuales conocidas. Mientras muchos la siguen considerando una aberración y una conducta desviada, muchos otros destacan su carácter disidente: se trata de un modo de encontrar placer en el consenso y en lugares del cuerpo no considerados erógenos ni aptos para estas cosas. Aquí, una guía de lugares, filosofía, falsos mitos y otros detalles.
En un lugar de Buenos Aires, cuyas coordenadas se habían dado a conocer sólo a las personas convocadas por e-mail que hubieran confirmado su asistencia, una joven Loba se hacía chupar las tetas por dos varones sumisos. De pronto, frente a ellos, un hombre vestido de látex comenzó a hacerle una fellatio a otro vestido de cuero. La Loba se levantó molesta: “¡Estos no tienen pudor!”. Y se llevó a sus dos sumisos, atados a sendas correas, a otro sector. ¿Choque de culturas? Es sabido que muchos gays, y sobre todo los que frecuentamos el ambiente leather, estamos habituados al sexo en público. Es muy probable que muchxs de quienes asistieron aquella noche a la fiesta organizada por Annita, Kronos y Kaos!, habituados a los placeres del BDSM hétero, no supieran lo que allí podía llegar a ocurrir. “Soy mujer hétero y busco chicos o parejas gays”, dice en su perfil Annita, una de las organizadoras de la fiesta y la única (y audaz) mujer de Argentina Recon.com que, según leemos al ingresar, es el más importante site de contactos entre hombres fetichistas. Según ella, la presencia de gays en la fiesta era garantía de que se rompiera el hielo. De hecho los que arrancamos fuimos nosotros: un dominante de nuestro grupo ató a su esclavo vestido de látex contra la pared, luego amordazó, enmascaró y ató a otro, que estaba completamente vestido de cuero, y lo dejó en un rincón del salón, parado como un florero, a merced de un esclavo perro que lo lamió de pies a cabeza, sobre todo el bulto. Siguió el esclavo de Annita, que tenía a su vez un esclavito al que ató y suspendió del techo. Luego fue el esclavito el que lo ató y lo suspendió a él, después de haberlo desvestido ceremoniosamente. Annita nos cedió al grupo de gays una fusta y el control de su esclavo, cuyo culo quedó literalmente morado, rojo, verde y amarillo. Hacia el final de la noche, el esclavo que estaba en un rincón, siempre atado y privado de sus sentidos, terminó usado como almohadón por Annita, que ahora recibía los favores de un perro lamedor.
Porque te quiero te aporreo

Lo sorprendente en aquella fiesta era que hubiera algo en común en ese grupo: lo que nos unía era el gusto por el BDSM –término que engloba las prácticas de bondage (ataduras sexuales), dominación, disciplina, sumisión y sadomasoquismo, y que surgió en 1991 en reemplazo del SM o sadomasoquismo, que tenía mala reputación, acusado injustamente de replicar las aberraciones de poder, del fascismo y de lo peor del patriarcado, dominación masculina mediante–. Según Anita Philips (no confundir con nuestra Annita local) en su libro Una defensa del masoquismo, hablar de SM para definir este tipo de sexualidad es como mínimo una imprecisión, considera que el sádico y el masoquismo no son complementarios; las obras del Marqués de Sade y de Leopold Sacher-Masoch están separadas por un siglo de distancia. “El sádico necesita saber que está encima de una manera literal, mientras que el masoquista es más sofisticado, un manipulador. Los dos quieren dirigir el espectáculo, el primero a la fuerza, el segundo valiéndose de la persuasión.” El sadomasoquismo, concluye, al ser consensuado, está esencialmente al servicio del masoquismo y no del sadismo.

Un esclavo letrado opina que el mismo Marqués de Sade está lejos de ser un verdadero sado: “Colin Wilson –me tira letra mi perro desde su cucha–, en su ensayo Los inadaptados, lo incluye entre los literatos que enseñaron a los hombres a fantasear e imaginar”, y define su obra como “la ilusión masturbadora de un hombre privado del sexo desde hace mucho tiempo [...] Lo que Sade hizo fue liberarse de todas y cada una de sus fantasías sexuales”. Wilson sostiene que hay una relación entre la pornografía literaria, donde incluye la obra del Marqués de Sade, que proliferó antes y durante de la Revolución Francesa, y la propia revolución.


A mi entender, el BDSM es un arte, un juego de salón que se aprende. Por eso diría que la palabra Master o Maîtresse designa a quien toma el rol de Dominante, pero también al que sabe y enseña a su esclavo o esclava cuáles son las diferentes prácticas, cómo se llevan a cabo y expandir sus límites. El savoir faire consiste básicamente en infligir dolor, pero no causar un daño. El dolor es un medio para el fin, que es el máximo placer. En deportes como el boxeo o el rugby es lícito dañar al otro al punto de que se pueden generar lesiones importantes, cuando no permanentes. Al margen de las personas que no soportan mirar un match de boxeo, se trata de un deporte socialmente aceptado, aun cuando en algunos casos puede hasta acarrear la muerte de uno de los contendientes. No hay condena social de ninguno de estos deportes, cuando el SM, que no tiene comparación en relación con sus consecuencias, es considerado por muchos un trastorno psicológico, cosa de degenerados, una parafilia.

“La idea de que el sexo ha de ser dulce, suave y amoroso –leemos en el libro de Anita Philips– no sólo goza de reconocimiento general; suele ser, además, una idea prescripta. Las ideas distintas acerca del acto sexual tienden a juzgarse con recelo o sorna, y hasta pueden desatar reacciones paranoicas. Por ejemplo, hay quienes piensan que el sadomasoquismo causa un daño físico real a través de una pendiente imparable e irresistible. No hay, sin embargo, pruebas de que sea así.”
Abriendo la bolsa del BDSM

Dentro del gran acrónimo BDSM que abarca al bondage y al sadomasoquismo tenemos además una larguísima lista de prácticas, que por lo general se denominan en inglés y derivan en una jerga que facilita el consenso entre practicantes de diferentes nacionalidades. Está el cigar play (juego con cigarros, que puede ir desde fumar un cigarro o cigarrillo vestido de cuero y masturbarse hasta jugar con el calor de la brasa caliente acercándola o chamuscando el vello corporal y, en casos extremos, quemando la piel de la persona sumisa); nipple play (juego de tetillas, puede ser con dolor o no: se pueden usar las manos, la lengua, los dientes o pinzas específicas que se consiguen en los sex shops, pero también se suelen usar broches para la ropa, cuyo uso se extiende también a las axilas, el escroto, el pene; provocan un dolor soportable, que se agudiza sobre todo cuando los broches se retiran después de un buen rato, tras lo cual la sensación de alivio suele ser extasiante); el dog training (tratar al/la sumiso/a como un perro: se le coloca un collar, una correa, se lo pasea en cuatro patas; quien asume el rol de perro, además de ser muy buen/a mamador/a, disfruta dando placer a su Amo con la lengua, lamiéndole las botas y el cuero en el caso de los leather, o el cuerpo desnudo). Entre las prácticas que implican golpes tenemos el CBT (cock and balls torture, destinado al pene y testículos, por lo general con la mano o fustas); el gut punching (piñas en el estómago); el spanking (nalgadas, golpes en las nalgas, con la mano o con palmetas); el flogging (azotes con un tipo de látigo de varias colas denominado flog). Con un buen Master o una buena Maîtresse Flogger se pueden alcanzar estados de placer absoluto hasta perder la conciencia. Una de las ventajas del flog es que no suele dejar marcas, salvo en el caso de pieles muy sensibles (y, en el caso de que las haya, desaparecen muy pronto); whiping (al contrario del flog, el whiping es extremadamente doloroso y puede dejar marcas que duran varios días; en general se practica con un látigo largo o su versión casera, el cinturón, y puede llegar hasta la laceración; sólo para esclavos con mucha resistencia al dolor).





Las prácticas son muchas más. Todxs preferimos unas a otras, algunas personas se centran específicamente en una sola. Siempre es bueno saber quién prefiere cuál para encontrarse con la persona más afín y consensuar los límites de tiempo e intensidad de las prácticas.

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